Relatos 2020: Víctor M. Valenzuela con "Rescate del banco de úteros"

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  Relatos 2020

Crónicas de la Resistencia: Rescate del banco de Úteros.

por Víctor M. Valenzuela

Basado en el mundo de su novela "La guerra de los imperfectos"

 

Hola, Enrique, acabo de ver tu historia en el tablón de anuncios de la red y no he podido resistirme a enviarte este mensaje. Para mí ha sido muy especial que hayas compartido noticias de Margarita y Diego. Ha sido todo un subidón de ánimo especialmente en mi caso personal que hemos tenido pérdidas importantes en nuestra célula y muchos amigos ya no están entre nosotros.

La noticia de Lilith es lo más esperanzador que he oído últimamente. Aunque ya no esté en los operativos activos recuerdo perfectamente que en esa vida volver a la Guarida  después de un operativo era toda nuestra ambición y que las mejores noticias que teníamos era cuando conseguíamos substraer un cargamento de comida y nos olvidábamos de las raciones deshidratadas por un tiempo. Saber de estos dos es un auténtico rayo de esperanza para muchos.

Yo quisiera compartir contigo mis recuerdos. Te los cuento a mi aire y ya luego tú lo trasladas como te parezca mejor. Verás que hay algunas connotaciones sobre lo que sentía Diego en su momento y te preguntarás como demonios puedo saberlo. Esa no fue la última misión que estuvimos juntos, llegamos a conocernos muy bien hasta que el destino nos separó.

Voy a empezar igual que tú, diciendo que mi nombre no importa en absoluto, pero puedes llamarme Pitágoras, que es mi nombre en clave dentro de la red de profesores clandestinos. Esta narrativa ocurrió mucho antes que una mina colocada en los túneles me arrancara una pierna y yo pasase de ser un operativo de la Resistencia a un maestro encubierto en los barrios Imperfectos, luchando en uno de los frentes de batalla más importantes: El de mantener a los niños Imperfectos lejos del analfabetismo impuesto por los Homo+. Por aquel entonces yo era ya un veterano y fui ascendido a sargento de operaciones, estaba destinado en la Guarida treinta y tres, que como sabrás es una de los más cercanas a la zona verde. Mi equipo tenía el record de operaciones de desmantelamiento de bancos de Úteros y gracias a nuestro buen hacer los bancos estaban custodiados por tropas de élite. Siempre recordaré aquella noche cuando la oficial de comunicaciones me llamó a la sala de control para trasmitirme una orden que ella no sabía muy bien de dónde provenía exactamente pero que venía firmada con todos los certificados de seguridad de la Central de Inteligencia y por primera vez traía instrucciones muy detalladas de cómo proceder en el asalto.

—¿Seguro que esto viene de la Central? —preguntó Pitágoras leyendo por quinta vez el comunicado en la vetusta pantalla de la consola de comunicaciones de la minúscula sala táctica.

—Lo he comprobado tres veces. Todo coincide, aunque mismo allí nadie sabe quién ha dado esa orden. Pero esta todo más que aprobado y tiene un certificado con más autoridad que el del mismísimo director de Operaciones.

—Pero eso es muy raro… Mira esta foto, dice que hay que traer esta chica sana y salva. No es una operación normal contra un jodido banco de Úteros. Esto para mí es una misión de rescate en toda regla.

—Sí... Y mira esto, una orden específica para que nos acompañe un tal Diego.

—Diego... ¿De qué me suena a mí ese nombre? —comentó Pitágoras, mesándose la barba distraídamente.

—Es un tío rarito… —comentó la oficial —Trabajaba para los Homo+ desde niño… Era bibliotecario y no sé bien cómo se las apañó, pero un buen día dejó todo atrás presentándose en un piso franco de la Resistencia. Entró en el canal de comunicaciones de emergencia y dijo que estaba allí para unirse a la Resistencia. Luego se sentó tranquilamente a que alguien se pasase a ver qué ocurría. Después de varios días en los cuales los informantes del barrio aseguraron que no se detectaba presencia ni de soldados ni de contrainsurgencia, mandaron un equipo vestidos de civiles.

—¿Y no lo liquidaron? —preguntó él pensando en la enorme brecha de seguridad que eso suponía.

—Qué dices… ¿Tienes idea de lo valioso que es un tío que sin ser de la Resistencia es capaz de usar nuestro canal de comunicaciones? —preguntó ella.

—¿Y cómo se supone que lo hizo?

—Pues tenía manuales de antes de la Aceleración cosas que estaban tan escondidas en la biblioteca que ni los propios soldados de los Homo+, sabían que existían. Se los trajo todos y destruyo los originales digitales.

—No jodas… Un tío con acceso a libros de antes de la Aceleración… Eso sí que es impresionante… Oye… ¿Y eso que decías que es un tipo raro?

—Pues sí. Es una especie de empollón cuando hablas con él, pero cuando se toma las drogas de combate y se enfunda el equipo cambia totalmente. Le cambia hasta la voz…

—Bueno, a todos nos afectan las drogas. Se supone que son para eso.

—No, no. No es como los demás, jamás he visto a nadie que le afecte así. Es casi como si fueran dos personas distintas. Cuando está en modo combate… da hasta miedo —explicó ella con un estremecimiento al recordar la vez que habían coincidido en una operación de Inteligencia.

—Pues vaya elemento… menos mal que está de nuestro lado.

Dos días después un equipo táctico abandonó la Guarida acompañados por el perro que los guiaba por el laberinto de túneles. Vagaron por los pasadizos siguiendo de cerca al animal que trotaba seguro y con aire indiferente ajeno a la oscuridad. Cuando arribaron al punto de encuentro, Diego esteba ya esperándolos pertrechado con un traje de combate hecho de piezas recicladas y un casco táctico de última generación que a saber de dónde lo había sacado. Los abrazó en silencio uno a uno, acarició al perro detrás de las orejas y le dio una chocolatina a la niña que cuidaba al animal.

—No le des chocolate al perro —dijo a la niña agachándose y subiendo la visera del caso para hablar con ella—. No es bueno para ellos. Toma dale esto.

—¿Qué es? —preguntó la niña mirando  lo que parecía una galleta con forma de hueso.

—Es una galleta para perros. Cosas de los Homo+. Dáselo, le gustará.

—Gracias Señor… —dijo la niña sin estar segura si estaba más alucinada por la chocolatina o por saber que había galletas solo para perros.

Los demás se  quedaron mirando a aquel hombre con fama de duro charlar con una niña en un tono de voz tan frio como el acero pero tratándola con ternura, como si su mente oscilara entre dos mundos. En ocasiones su mirada cambiaba reflejando lo que parecía una colosal pugna interna.

—Debemos irnos ya —ordenó el sargento—. Tenemos una ventana de tiempo muy estricta.

—Sí, señor —dijo Diego bajando la visera del casco. Recogió una mochila del suelo cargándola a la espalda con un movimiento repetido infinidad de veces. Activó el visor táctico y por pura inercia volvió a revisar sus armas.

El grupo avanzó  por los túneles de una línea de metro abandonada siguiendo las indicaciones de los visores que los guiaban por los subterráneos de la antigua ciudad.

—Es por aquí… —comentó el soldado que iba en vanguardia consultando el  visor táctico. Abrió un viejo panel metálico ahora vacío, revelando  antiguas canalizaciones de energía ocultas y llegaron hasta donde un grupo de zapadores había excavado un túnel hasta los sótanos de la clínica que era el banco de Úteros.

—Bien todos conocéis vuestras ordenes —radió el sargento por el canal táctico — la sanitaria, Diego y yo  rescatamos al objetivo. Tú te quedas aquí y vas a cubrir la retirada, los demás buscáis y elimináis a los guardias. Es imperativo rescatar a la chica viva, me lo han recalcado tres jefazos distintos. No sé quién es ella ni me importa, pero la quiero vivita y entera ¿Entendido?

—Sí señor —se escuchó un coro de voces por el canal táctico.

—Bien en exactos 78 segundos, la red de los Homo+ sufrirá un ataque de denegación de servicio y las centrales eléctricas de tres barrios nobles sufrirán un ataque con explosivos. Eso organizará un apagón, sembrará el caos y creará una distracción bastante gorda. Entramos… un momento… Ahora, adelante —comentó el sargento —. Nada de tonterías, quiero a todos de vuelta.

Diego se concentró, reprimió sus sentimientos y dejó que las drogas activaran lo que el llamaba su Monstruo. Irrumpió en el sótano buscando objetivos, al no encontrarlos fue directamente a un panel en la pared, desenfundó su cuchillo de combate forzando la endeble puerta y accedió a su interior. Sacó del bolsillo de su pantalón una pequeña caja gris conectándola a un puerto de comunicaciones liberando varios virus que  terminarían de colapsar la red de seguridad del edificio que ya se encontraba bajo ataque. Esperó pacientemente unos pocos segundos que le parecieron eternos y retiró el dispositivo guardándolo con cuidado.

Un guardia de seguridad apareció bajando las escaleras. Diego lo percibió, levantó su arma y distinguió a tiempo que no era un soldado, le disparó en el antebrazo que sostenía el arma y en una pierna, haciendo que cayera por la escalera. Se acercó corriendo dejándolo inconsciente de un culatazo, le quitó el arma arrojándosela a su compañera para que la guardase en su mochila. No era un arma militar y no sería útil en operaciones tácticas  pero serviría a alguien de la Resistencia civil. El grupo se apresuró en subir las escaleras pues el factor sorpresa se había esfumado con las detonaciones.

—Las estancias de las chicas están por aquí, vamos… Rápido —ordenó Pitágoras.

—Esperad un momento… —dijo Diego justo antes de doblar una esquina, sacó del bolsillo un pequeño espejo fijado a una varilla metálica e inspeccionó el pasillo—. Dos soldados de élite, custodiando una puerta. Estamos en el sitio correcto, dejadme a mí. No quiero que ninguna bala atraviésese un tabique y mate a alguna de las chicas —susurró a sus compañeros.

Lanzó una granada aturdidora, esperó la detonación e irrumpió en el pasillo, apuntó cuidadosamente eliminando a los soldados a pesar del blindaje. Voló la cerradura con una pequeña carga y entró en trompa para verse recibido por una ráfaga de disparos que lo derribó dejándole aturdido. Por suerte era fuego de una subametralladora policial y no de un rifle pesado que hubiera destrozado su blindaje corporal.

En el suelo pudo ver como un guardia de seguridad vaciaba el cargador y en el momento justo que iba a recargar su arma, una chica morena saltó sobre él con precisión felina derribándolo limpiamente. Cayeron los dos al suelo con ella sobre él, el guardia intentó golpearla, pero ella sujeto su brazo retorciéndolo, luego lo levantó por las solapas y lo estampó violentamente contra el suelo dejándolo inconsciente, o puede que muerto. Diego se levantó a duras penas, desenfundó su pistola buscando objetivos pero solamente encontró a la chica levantándose ágilmente y varias otras que alzaban tímidamente la cabeza cada una saliendo de su improvisado escondite.

—¿Estáis…? ¿Estáis todas bien? —preguntó Diego con voz entrecortada. El blindaje le había salvado la vida pero los impactos le habían machacado y tenía dos costillas fisuradas.

—Mejor que tú, soldado —dijo Margarita acercándose y sujetándolo para evitar que se tambaleara.

Pitágoras que había entrado justo detrás de Diego, solamente recibió dos impactos pero uno de ellos lo hirió en la pierna, en una zona donde el blindaje era casi inexistente, la sanitaria le estaba aplicando un espray para que no sangrase e inyectándole calmantes. Ella se acercó a Diego, le quitó el guantelete de la mano izquierda y también le administro un calmante para el dolor.

—Gracias, doctora… —dijo Diego.

—No soy médica. Lo sabes —comentó ella.

—En la práctica sí. Y muy pronto lo serás oficialmente —contestó él.

—¿Sabes usar esto? —preguntó la sanitaria a Margarita ofreciéndole la subametralladora del guardia que había recogido del suelo y vuelto a recargar.

—No… —empezó a decir Margarita, entrecerró los ojos y frunció el ceño. Se agachó con inusual velocidad, cogió la porra que el guardia caído llevaba en la cintura y la lanzó todo en un mismo movimiento hacia la puerta. Diego se volvió empuñando la pistola justo a tiempo de ver como la porra impactaba en la frente de otro guardia de seguridad derribándolo inconsciente.

—No parece que te haga falta… —comentó Diego con una mezcla de admiración y de asombro.

—Vamos chicas… espabilad —gritó Margarita haciendo señas a las demás muchachas —. Nos vamos de este puto antro. Estos solo pueden ser  de la Resistencia.

—¿Sabías de nuestra existencia? —preguntó Diego extrañado.

—Sí. Pero nadie más me creía. Me lo contó un día una asistente social díscola que aparecía por el orfanato donde crecí.

—Raro, muy raro... No me consta de ninguna infiltrada de la Resistencia en los mal llamados asuntos sociales relacionados con la crianza de Úteros —comentó Diego—. Vamos, formen una fila. Roberta nuestra médica os pondrá una vacuna y nos vamos de aquí pitando. Por favor mantened la calma, la cabeza baja y hacer caso omiso a lo que os digan.

Margarita, se alejó unos pasos, recogió la porra que le había lanzado al segundo guardia y se quedó mirándolo un rato con lágrimas en los ojos. Se agachó a su lado y se quedó unos segundos a su lado sollozando. Luego suspiró, respiró hondo y le partió el cuello en un movimiento brusco. Lo hizo un poco torpemente, esperó otros segundos y le cogió el pulso para estar segura de lo que había echo. Se hizo a un lado, rompió a llorar, luego vomitó. Cuando se levantó le temblaban las manos pero tenía una expresión indescifrable en su rostro. Diego la observó en silencio, pero no hizo ningún comentario. Se bajó la visera del casco y le hizo señas para que la siguiera. Ella se acercó a Roberta descubriéndose el brazo.

—No… —comentó Roberta—. A ti no hace falta vacunarte ¿Seguro que eso era necesario? Ya estaba inconsciente —dijo señalando al guardia muerto en el suelo.

—Era un sádico —escupió Margarita con rabia—. Abusaba de las chicas. Yo no podía protegerlas a todas… ¿Sabes? Lo intentaba pero no podía… Me encerraban constantemente en aislamiento y el hacía de las suyas… Se lo habría seguido haciendo a las siguientes que vinieran... —narró atropelladamente.

—Uno menos… Uno de tantos déspotas de esta sociedad de mierda… —dijo Pitágoras que se había quedado vigilando en la puerta—. Se lo merecía… Olvídalo… vámonos ya. Inteligencia dice que tenemos siete minutos antes que llegue un escuadrón de tropas de asalto. Las cargas de demolición ya están instaladas. Venga, deprisa.

Volvieron sobre sus pasos y llegaron  de nuevo al sótano. Esperaron un momento, hicieron el recuento y fueron saliendo por el túnel. Margarita se disponía a salir con las otras chicas cuanto Diego se le acercó con un chaleco antibalas en la mano que había sacado de su mochila.

—Toma, trajimos esto para ti —dijo alargándole el abultado chaleco de fibras compuestas —. Espera, deja que te ayude a colocártelo… Vaya te queda como un guante… ¿Cómo sabían tu talla con tanta exactitud?

—Oye… espera... ¿Cómo es que solo yo tengo uno de estos? —preguntó ella.

—No lo sé… No preguntes, no ahora… Toma, ponte esto también —le dio un casco táctico ligero, tenía visor de operaciones y canales de audio—. Atenta a lo que digan por los auriculares. Tú no hables, pero escucha y si ordenan algo obedeces sin pensarlo ¿Estamos?

—Vale… vale…

De vuelta a los túneles del metro. El equipo deambuló por las galerías de servicio cubriendo sus huellas y diseminando pistas falsas por si los seguían, también dejaron varias trampas caza bobos que quedaron convenientemente reflejadas en la red táctica. Finalmente llegaron a un pequeño refugio oculto en un antiguo  depósito de agua abandonado hace décadas o puede que casi un siglo. Allí se quedaran las chicas un periodo de cuarentena antes de decidir qué hacer con ellas y de estar seguros que ninguna era un topo de los Homo+ o peor todavía, que se arrepiente y quiere volver a ser una esclava debido al elevado condicionamiento de toda una vida. 

—Ellas se quedan aquí… —explicó Diego alejándose un poco de todos con Margarita. 

—¿Y yo? —preguntó ella mirando de reojo a las demás.

—No sé muy bien la razón, pero alguien de arriba dice que eres de fiar… —comentó él mirándola con una mezcla de curiosidad y admiración. Se quitó el casco, la miró a los ojos y algo en su interior dio un vuelco. No supo identificarlo especialmente bajo el filtro de las drogas de combate, pero solo el estar allí con ella lo calmó. Su Monstruo se retrajo sintiéndose un poco más humano. En aquel momento él todavía no lo sabía, pero ella había creado un vínculo que se convertiría luego en su ancla con la realidad y lo mantendría cuerdo durante todo lo que pasaría después.

—Toma bebe un poco —dijo él alargándole una abollada cantimplora de aluminio que parecía que había pasado  por muchos combates.

—Gracias… —comentó ella, miró a la cantimplora con curiosidad antes de beber.

—Le tengo cariño… ¿Sabes? —dijo él dándose cuenta—. Era de un veterano que coincidió conmigo en mis primeras misiones… Cayó en una emboscada. Me recuerda a él y porque luchamos.

—Míralas… pobrecitas… Están aterradas, creo que no son conscientes que acaban de dejar de ser máquinas de procreación para los psicópatas de los Homo+ y tienen una pequeña posibilidad de ser personas… si quieren y pueden remontarse —comentó ella con aire ausente mirando a las demás muchachas a las que les estaban dando barritas energéticas y agua.

—Me tienes desconcertado —comentó él—. No hablas como una Útero, ya he conocido a más antes y tú no eres como ellas.  Si hasta hay muchos Imperfectos que están conformes con los Homo+ y tú sin embargo…

—No soy como las demás... Nunca lo he sido… me he metido en líos desde niña... Y estaba la mujer esa, la asistente social, me enseñó cosas, me contaba historias, me habló de vosotros haciéndome prometerle que tuviera cuidado con los guardias... Insistía que ándese con cuidado y que me centrase en sobrevivir… Luego supe que solo lo hacía conmigo —narró ella atropelladamente, casi sin respirar como si estuviese guardando algo durante mucho tiempo y finalmente pudiese dejarlo salir —. Mira, sé que soy una ignorante, lo sé por lo que me contaba ella y por su forma de hablar. Sé que desconozco totalmente como funciona este mundo y que siempre he estado confinado y condicionada por los Homo+, pero también sé que eso no puede ser lo correcto… —Al terminar respiró hondo, y sonrió aliviada.

—¿Quién era ella? —preguntó él con verdadero interés. Tenía que ser alguien de la Resistencia, pero no existía constancia de ninguna mujer infiltrada a esos niveles.

—No lo sé... Nunca lo supe…

—¿Era una Homo+ o era como nosotros?

—Era como nosotros… Envejecía… pero poco… Quiero decir, que no cambio mucho con los años… El pelo gris y algunas arugas pero poco más… No era como algunas de las cuidadoras que cambiaban mucho físicamente... Ya me entiendes.

—Escucha… Debo preguntártelo ¿Quieres unirte a nosotros, a la Resistencia?

—Claro que sí… —contestó ella sin pensarlo siquiera, luego lo abrazó fuertemente, tanto que él sintió el contacto a pesar del blindaje —Gracias… Si hubieseis tardado más seria tarde, había decidido que no iba a dejarme inseminar para tener hijos Homo+.

—Bien… bien… —murmuró él cuando ella finalmente se separó. Durante unos segundos pudo sentir su fragancia y ese recuerdo le acompañaría por meses hasta que finalmente se reencontraron —Tú iras a la academia y recibirás entrenamiento… Te enseñaran a seguir viva en esta guerra asimétrica e irracional. Presta atención a los detalles y aprende a concentrarte, te irá bien… Tienes aptitudes que no he visto nunca...

—¿Nos volveremos a ver? —preguntó ella.

—Muchos caemos en los combates. No es solo los enfrentamientos, también está el estrés, el confinamiento. El cansancio que te hace cometer errores, la rabia y desesperación que no te deja ni dormir. Pero sí, sí de mi depende nos volveremos a ver después de tu instrucción. No se olvida a alguien como tú, de eso estoy seguro. Despachaste a aquel guardia solo con tu agilidad e instinto, no quiero ni pensar lo que serás capaz de hacer después del adiestramiento… Solo hazme un favor ¿Sí?

—Lo que quieras…

—No pierdas tu humanidad… Recuerda siempre quien eres. El entrenamiento, las drogas y sobre todo los combates nos cambian por dentro, lo he visto en compañeros. No dejes que eso te pase… Aprende a separar las acciones del resto de ti…

—Lo haré… —dijo ella, alargó su mano cogiendo la de él y apretándola con fuerza. Pareció sopesar algo durante un largo momento—. Hazlo tú también… me parece que lo necesitarás más que yo…

 

Victor M. Valenzuela 04/2020.

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Twitter: @Victor_vmvr

 

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